martes, 1 de diciembre de 2009

Fundamentalismo del desamor

No sé cuándo empiezo a querer (alguien sabe en qué momento exacto le crece el pelo?) pero sí sé cuándo dejo.
Sé, también, que cuesta el mismo esfuerzo enamorarse que desenamorarse; y que no corresponde comparar la subida con la bajada. Es el mismo trayecto, sí. Pero no. Porque cuando uno sube tiene esperanza, tiene entusiasmo y convicción, ve la cima, la transpiración tiene sentido. Hay vida después de la cima. En cambio, cuando bajás, es imposible mantener el ritmo, dejás de caminar, perdes el control, corres, rodas, rápido, muy rápido. Te chocas con todo lo que esquivaste durante la subida. La subida es una elección. El descenso, una consecuencia, una obligación. La subida es viernes y la bajada es lunes.
Y el piso es la muerte, el fracaso, los cuestionamientos. El asma. La faringitis. La alergia. La taquicardia. La fiebre. El miedo. La soledad.

Dejo de querer cuando hace cinco meses (por no decir cinco años) que estoy bajando. Cuando no me queda nada con qué tropezarme. Cuando llego al piso. Cuando se apagan las luces y hay silencio. Cuando no pienso. Cuando ya no espío. No conjeturo. No perdono. No espero.

Dejo de querer cuando dejo de escribir: cuando esa persona no se reconoce entre mis líneas.

2 comentarios:

El viento a contramano dijo...

- cuando ese corazón roto por desarraigo aspira la última gota de mi respiración... dejo de querer ahí, dejo también de soñar... -

ay Perla, tus textos tienen a veces esa capacidad de hacerme decir "ay".

Sólo sé que el pelo se cae por la noche, digamos que también por la noche comienza a crecer... que sea como el amor, que sea de noche.

Anónimo dijo...

fiuuu perlonga.
que manera de rodar cuesta abajo este año!
Haiku