jueves, 10 de diciembre de 2009

Julio

Estabámos acostados, mirando televisión. Ibamos por la hora 3 (o a mí me pareció eso) de una película que habíamos alquilado. Aburridísima. Una guerra entre narcos y la policía, un puñado de venganzas entre pandillas de latinos, riñas en la cárcel por pertenecer al grupo de los líderes; nada por lo que valiese la pena quedarse despierto. Igual que al gato, se me empezaron a cerrar los ojos (los míos no son azules pero sí tan redondos), me tumbé hacia un costado y dije, como quien renuncia: me voy a dormir. Él no respondió nada y empezó a acariciarme la cabeza. Yo tenía los ojos cerrados pero sabía que, además de acariciarme, me estaba mirando por última vez. Me estaba diciendo adiós. Memorizando, tal vez, la parte de mi cara que más le gustaría recordar. Porque: ¿qué otra cosa puede estar haciendo un hombre, mientras mira a su mujer dormir y le acaricia la cabeza, que no sea despedirse? Esa noche, con ese gesto, supe que era el segundo final. Esa noche lloré dormida.

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Hacía menos de una semana que me habían dado de alta, y faltaban dos o tres para que sucediera lo que conté en el párrafo anterior. Me costaba llegar al primer piso por escalera pero más difícil me hubiese resultado aguantarme la risa para no descoserme. Digo "hubiese" porque durante esos días no tuve ganas de reírme ni una sola vez. Mientras lo escuchaba hablar descubrí que existía una mirada azul triste, mezcla de color y adjetivo, que sólo él puede tener.

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Cuando me preguntó si podía limpiarme la herida: ése fue el momento en el que sentí que, a su manera, me quería y que no tenía intenciones de lastimarme. Todo lo contrario: limpiarme la herida, desinfectarla, ponerme crema, sanarme, aunque sea por un rato, por el tiempo que durara limpia la gasa. Pedirme perdón, sin pedírmelo, por la distancia que iba a venir. Por el abismo. Acariciar la cicatriz para borrar las huellas. Borrar las huellas para no saber regresar.

4 comentarios:

El viento a contramano dijo...

asssfiiuuuu (lease: suspiro desgarrador).
Ay nena, así no vamos a ningún lado... en un post me hacés reir, y en el siguiente me dejas lloriqueando como "guri chico" (lease: chiquilin, pero en entrerriano).

¿Por qué?, ¿por qué me llevás de la risa al llanto, Perla?

Besos, nena.

P/d: por eso es que siempre vuelvo... como el perro que perdió a su amo, siempre encuentra el camino de regreso a casa... como ese perro vuelvo... debe ser que nunca aprendí a borrar bien las huellas. :)

Lenina Crowne dijo...

"acariciar la cicatriz para borrar las huellas" fuerte en cada uno de sus significados.

Anónimo dijo...

Pigs on the wing, Pink Floyd.-

Mariana dijo...

cicatrices y huellas no son la misma cosa en el amor?