Mi abuela tiene noventa años pero ayer le dijo a la enfermera que tenía sesenta. Unos minutos antes había piropeado al doctor.
Mi abuela habla en español pero putea en italiano.
Le decimos la abuela retruquera porque le fascina llevarte la contra y tener la última palabra.
Hace un tiempo se agarró una infección ginecológica. Mi mamá la acompañó al médico. Cuando estaban en pleno examen el médico empezó a decirle que no se preocuopara, que él se la iba a dejar como nueva. Y ella no tuvo mejor idea que responderle ¡sabe lo que la usé yo!
A mi abuela le gusta la carne y los perros. Cada vez que va a la carnicería pide un bife de lomo para ella y otro para el perro.
Su color favorito es el violeta.
Mi abuela hace los mejor tacuneles (léase masa de tallarín cortada en cuadrados) del mundo
Está más lúcida que toda mi familia junta.
A mi hermana, a mi primo y a mí, todos mayores de treinta, nos dice nene y nenas.
Mi abuela, además de temblar cada tanto, ve cada vez menos: a fin de año le regalé un álbum de fotos de sus dulces 90 y en una foto en la que estaba mi papá con un delantal porque estaba haciendo un asado, dijo: esta señora no sé quién es.
La semana pasada se descompuso. Nos dio un susto bárbaro. La internaron por unas horas y la mandaron a la casa. Respiramos. Ayer otra vez descompuesta. El miedo. la palabra operación. Operación con riesgo de muerte. La muerte y mi abuela no son compatibles en mi cabeza. Me cago en la ley de la vida. La abuela no se muere. A la abuela se la besa antes de entrar al quirófano, se le dice te quiero y se le promete ir a tomar un helado cuando todo termine. La abuela sonríe y nos cree cuando le decimos que no es una operación, es un estudio. La abuela es fuerte: sale del quirofano, está más rosada y menos amarilla, sonríe cuando le grito abuela en el oído a pesar del efecto de la anestesia y yo pienso, siento, que tenemos abuela para rato.
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