viernes, 30 de septiembre de 2011
jueves, 29 de septiembre de 2011
miércoles, 28 de septiembre de 2011
lunes, 26 de septiembre de 2011
a las 8:30 de este lunes creo oportuno confesar que
Mi obsesión no me permite dejar que otra persona planche mis camisas.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
martes, 20 de septiembre de 2011
y yo que creo que últimamente estoy manteniendo el decoro
Un site femenino propone este tema como debate: ¿existe la infidelidad mental?
tengo ganas de escribirles y hacerles un par de preguntas:
primero: ¿en qué mundo viven, mujeres del site femenino? ¿en qué mundo?
segundo: ¿ustedes le llaman infidelidad mental al acto de imaginarse teniendo sexo con una persona que no es la propia pareja?
Si la respuesta es sí: eso, mi queridas, no es ninguna infidelidad, es un ejercicio de la imaginación que, al menos hasta ahora, no está penado. No hay división de bienes ni denuncias contra adulterio en una aventura mental. Dicho con sus palabras, existe, sí, ajá, ¿y?
Si la respuesta es no: por favor explíquense y dedíquense a algo más que tejer al crochet porque, posta, se les está atrofiando el cerebro.
atentamente
P.
Send.
martes, 13 de septiembre de 2011
domingo, 11 de septiembre de 2011
Resulta que me cago en mi horno (o sobre cómo fracasé haciendo un budín)
Me compro una procesadora Liliana y para estrenarla decido hacer el budín de mandarinas que le había prometido a mi novio algunas semanas atrás. La relación con Liliana fluye desde un principio. A ella parece no molestarle que, manual en mano, la arme y desarme, una y otra vez, hasta dejarla, firme, en su estructura y a mí me conmueve su amague de no funcionar (estaba desenchufada la pobre) y su vivaz arranque. Azúcar, mandarinas, huevos, aceite de girasol, todo junto, va y viene y se licúa y estrella contra las paredes voyeuristas de Liliana.
Mientras tanto, la cocinera (o sea yo) toma los recaudos necesarios para hornear el budín y no quemarlo en el intento. Es decir que miro la receta (decía cocinar a 180 grados durante 40 minutos) y acto seguido miro la perilla del horno (hasta ahora sin adjetivos) y hete aquí que no hay grados en mi perilla sino puntitos. Vaya a saber uno cuántos grados hay en cada puntito. Sigo buscando en el manual y encuentro una tabla que especifica grados según puntitos pero están divididos en 9 puntitos y mi perilla tiene 7 puntitos. Ergo: asumo que 180 grados es equivalente al puntito 4 y ahi va mi budín. A los cuarenta minutos, mi budín (que para esta altura debería lucir una brillante costra azucarada) está pálido y parece crudo. Meto el cuchillo, sale sucio. El budín está crudo. Pánico en la cocina. El budín está crudo. Interviene mi novio y tiene la prodigiosa idea de subir uno o dos puntitos el horno. Fastidiosa, accedo. Confío en él, sabe calculcar bien las porciones, por qué no la temperatura de un maldito horno. Diez minutos más. Abro el horno y ahí está, mi budín mulato. Repito la operación del cuchillo, meto y saco: crudo. Me detengo a reflexionar sobre las posibilidades de salvarlo a) dejarlo más implicaría que se queme del todo en la superficie y sea incomible b) sacarlo podría implicar que su corazón aún estuviese crudo. Lo saco. Lo desmoldo. Es uniforme y bello y huele sabrosísimo. Corto una feta en el medio, repitiendo para mí misma "ojalá que en esta parte esté cocido" y zas. Crudo. Corto otra feta en una punta. Crudo. Maldigo a mi horno y, de yapa, a todas las chicas jóvenes que no cocinan, por inútiles y porque no tienen que pasar por estos disgustos.
Durante dos o tres minutos miro con tristeza el budín que yace tajeado sobre la fuente que nunca llegó a lucirlo. Lo velo. Lo despido. Lo entierro en el fondo del tacho de basura.
Mientras escribo esto busco el número de teléfono de atención al cliente de Domec para llamar mañana y quejarme por la desinformación de sus manuales, la poca idea del que diseñó una perilla de horno con puntitos y no con grados, y avisarle que los voy a denunciar por el daño moral que me causaron, post mortem del budín, cuando tuve que decirle a mi novio que no había budín, que me perdone, que esta vez le había fallado.
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sábado, 10 de septiembre de 2011
hace mucho tiempo que no escribo. Han pasado meses sin que yo viviera, y voy durando, entre la oficina y la fisiología, en un estancamiento íntimo, sin pensar ni sentir. Esto, desgraciadamente, es algo que no reposa: en la podredumbre hay fermentación.
Hace mucho tiempo que no sólo no escribo, si no que ni siquiera existo. Creo que apenas sueño. Las calles no son sino calles para mí. Hago el trabajo de la oficina sólo con conciencia de que lo hago, pero no diría sin distraerme, por detrás de esa conciencia estoy, no meditando sino durmiendo, otro siempre.
Hace mucho tiempo que no existo. Estoy tranquilísimo. Nadie me distingue de quién soy. Recién me sentí respirar como si hubiese practicado algo nuevo, o recuperado algo remoto. Empiezo a tener conciencia de tener conciencia. Tal vez mañana despierte a mí mismo y reanude el curso de mi existencia propia. No sé si, con eso, seré más feliz o menos feliz. No sé nada. Alzo mi cabeza de caminante y veo que, sobre la cuesta del Castillo, el poniente arde opuesto en decenas de ventanas, en una reverberación alta de fuego río. Alrededor de esos ojos de llama dura, la cuesta entera es un terso final del día. Puedo, al menos, sentirme triste y tener la conciencia de que, con mi tristeza, se cruzaron ahora -vistos con el oído- el sonido súbito del tranvía que pasa, la voz casual de los conversadores jóvenes, el susurro olvidado de la ciudad viva.
Hace mucho tiempo que no soy yo.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.
Hace mucho tiempo que no sólo no escribo, si no que ni siquiera existo. Creo que apenas sueño. Las calles no son sino calles para mí. Hago el trabajo de la oficina sólo con conciencia de que lo hago, pero no diría sin distraerme, por detrás de esa conciencia estoy, no meditando sino durmiendo, otro siempre.
Hace mucho tiempo que no existo. Estoy tranquilísimo. Nadie me distingue de quién soy. Recién me sentí respirar como si hubiese practicado algo nuevo, o recuperado algo remoto. Empiezo a tener conciencia de tener conciencia. Tal vez mañana despierte a mí mismo y reanude el curso de mi existencia propia. No sé si, con eso, seré más feliz o menos feliz. No sé nada. Alzo mi cabeza de caminante y veo que, sobre la cuesta del Castillo, el poniente arde opuesto en decenas de ventanas, en una reverberación alta de fuego río. Alrededor de esos ojos de llama dura, la cuesta entera es un terso final del día. Puedo, al menos, sentirme triste y tener la conciencia de que, con mi tristeza, se cruzaron ahora -vistos con el oído- el sonido súbito del tranvía que pasa, la voz casual de los conversadores jóvenes, el susurro olvidado de la ciudad viva.
Hace mucho tiempo que no soy yo.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego.
miércoles, 7 de septiembre de 2011
domingo, 4 de septiembre de 2011
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