domingo, 12 de junio de 2011

el pasado cumpleañero

Durante cuatro o cinco años no me gustó cumplir años. Eran los noventa. Mientras mis compañeros viajaban a Disney, mínimo, una vez por año, mi familia ponía en venta la casa para pagar la siempre fantasmal hipoteca y pedía becas que nunca llegaron para los colegios de sus dos hijas. Al mismo tiempo, la chica que trabajaba en casa, Marta, dejó de venir todos los días para venir una vez a la semana. Una casa de dos pisos con cien metros de parque. Una vez por semana. No podemos ahora, Perla. Decía mamá cada vez que yo le pedía que me comprara algo. Yo nunca le contestaba, un poco por respeto y otro poco porque me daba cuenta de la situación por la que estábamos pasando, pero un día me cansé y le dije: bueno, pero con algo nos tenemos que vestir. Y a los tres días, mamá apareció con un conjunto de jogging azul y una bata a cuadros, hecho por ella, en el quincho de casa, "para vestirnos", dijo, con una ironía que yo inventé.


Cuando empezaba junio yo me ilusionaba con recibir algún regalo para mi cumpleaños. Una vez al mes tienen que poder hacer una excepción, decía para mí. Y pasaban los días y, cada vez que mi mamá salía, me fijaba si volvía con bolsas y buscaba bolsas escondidas con regalos míos que nunca encontraba. Cuando llegaba el doce y mi mamá me venía a saludar a la cama, yo esperaba que me diera mi regalo y pasaba el día y nada, y llegaba la hora de recibir a mis amiguitos y sus regalos, y aprovechaba el envión y le preguntaba: y vos, má, qué me vas a regalar? Y una respuesta que ningún niño quiere escuchar: el festejo, Perla. La reunión. Escuché eso durante cuatro o cinco años en los que, como dije, odié cumplir años. Hubiese cambiado todos los festejos de los cumpleaños de mi vida por un regalo elegido pensando en mí.


Hoy mi madre llegó a mi cumpleaños número veintinueve sin regalo y me acordé de esto. Me pareció que tenía que contarlo, sin omitir el detalle de estar usando, mientras escribo, aquella bata a cuadros.